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/ Alberto De la Hoya |
En los márgenes del valle de San Luis, donde las luces se apagan una a una y solo queda el murmullo del viento entre los pinos salados, un hombre acomoda su cobija sobre el piso frío. Se llama don Jorge Parra Trejo, tiene 67 años y una vida marcada por el trabajo, la soledad y una persistente fe en la bondad humana.
Originario de Sinaloa de Leyva, don Jorge llegó a esta frontera, atraído por la promesa de empleo. A lo largo de los años trabajó en distintos oficios, ayudante de albañil, cargador, velador, siempre con la firme intención de ganarse el pan de manera honrada. “Mientras tuve trabajo, nunca faltó el café caliente ni la esperanza”, comenta, recordando aquellos turnos nocturnos en los que cuidaba bodegas, maquinaria o negocios.
Hoy la situación es otra. Desde hace varios meses está desempleado y sin domicilio fijo. “Duermo donde me agarra la noche”, dice con una naturalidad que estremece. A veces bajo un árbol, otras junto a una barda o en el exterior de un local. Desde hace algunos días, un comerciante del valle de San Luis le ha dado permiso de dormir afuera de su edificio. Un rincón sin techo, pero con algo que vale más, seguridad.
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/ Alberto De la Hoya |
Don Jorge no se queja. Habla con calma, sin resentimiento. “La gente de aquí es buena, todavía hay quien se apiada de uno”, afirma, mientras le pega un jalón el ultimo al cigarro Cuenta que tiene un hermano en esta frontera, pero apenas se ven. “Ahí tengo la ropa nomás, no quiero dar lata”, dice con esa mezcla de orgullo y humildad que distingue a los hombres hechos en la adversidad.
Su día empieza temprano, caminando por la carretera de la Grullita en busca de alguna chamba temporal. A veces consigue ayudar a descargar camiones o limpiar patios; otras, solo mira pasar la jornada. Vive de la caridad y de la fe, aunque confiesa que su mayor deseo es volver a trabajar de velador. “Eso sí me gusta, cuidar lo ajeno como si fuera mío”, dice, y sus ojos se iluminan con un brillo que parece recordar tiempos mejores.
Don Jorge Parra Trejo es uno de esos personajes urbanos que el progreso suele olvidar. Representa a los miles que, entre la sombra y la intemperie, siguen resistiendo con dignidad. Su historia, sencilla y dura, retrata el costado humano de una frontera que también tiene hijos invisibles, hombres que no piden compasión, solo una oportunidad.